Madrid, Anaya Touring, Col. “Guiarama”, 2019

Con sus casi 80.000 habitantes, Palencia es una ciudad amable y abarcable. Atractiva por su arte, historia, gastronomía y paisaje, reúne diversas manifestaciones de arquitectura religiosa y civil, destacando entre las primeras la catedral; y entre las segundas, la calle Mayor, arteria que reúne un notable conjunto de edificios levantados en los albores del siglo XX. Palencia es una urbe para ser paseada. Si el río Carrión (y el Canal de Castilla) ha fecundado sus riberas con sotos y sotillos, parques y jardines, sendas propicias para los caminantes, el casco antiguo brinda una geografía de plazas y calles donde se asienta la oferta museística o donde abren sus puertas los locales que brindan los productos típicos de su gastronomía, entre los que no pueden faltar la menestra palentina o el lechazo asado. Pero la gran desconocida es su geografía provincial, llena de contrastes, pues en su amplio territorio conviven los valles y cumbres de la Montaña Palentina con las vegas y los sotos presentes en la zona central, la geometría trapezoidal de la labranza visible en las planicies de la Tierra de Campos con la comarca del Cerrato, territorio secreto donde se esconde la esencia del paisaje castellano. Arte, historia, paisaje y pueblos despoblados aguardan al viajero que desee recorrer los 191 municipios que configuran la arquitectura administrativa de la provincia. A lo anterior se suman dos ríos sugestivos, el Carrión y el Pisuerga, y una arteria líquida que dibuja una línea de esplendor vegetal en la llanura: el Canal de Castilla.

Calle Mayor 

   La calle Mayor de Palencia es un vértigo
incesante de siluetas, de personas que pasan,
de presencias que se suceden. Como gotas de
una lluvia que se multiplica. Pero de una
lluvia cuyas gotas están todas personalizadas.
   Cruzan la calle esos adolescentes casi siempre
fugaces, esas muchachas en flor que caminan
bulliciosas, con una ondulación de líneas similar
a los campos de trigo que se mecen.
   Pasan parejas jóvenes, con el amor floreciendo
a cada paso en los ojos y en los labios. También
pasan parejas con el amor a cuestas, como si fuera
un fardo que cada vez pesa más sobrellevarlo.
    Pasan mujeres con faldas muy ceñidas, que
arrastran la opulencia de sus curvas como si el
deseo fuera a romper las costura de la ropa y
las ataduras sociales.
   Pasa el varón instalado en la madurez, que mira
resignado el curso de los tiempos y acepta la
capa de ceniza que poco a poco va cubriendo
la superficie de los sueños.
   Pasan a veces ancianos solitarios, andando
muy despacio y midiendo bien los pasos como
si fueran sílabas de un discurso que se va
agotando.
   Ya no pasan clérigos de andares lentos y sotanas
relucientes, porque los pocos que quedan se
recluyen en sus templos atendiendo las demandas
de la feligresía y las exigencias del horario.